La historia de Lucia (Cuento de terror by Christian Vizueta)
Lucia de Siracusa
Lucia, una joven como cualquier otra, estudia en un colegio religioso muy conocido en la ciudad de Quito. Ella siempre ha sentido mucha curiosidad acerca de la vida en el más allá, tal vez porque creció escuchando historias acerca de fenómenos paranormales que atormentaban a su tía, lo cual hizo que tenga una convicción muy fuerte en su fe y las costumbres tradicionalistas de su familia. Lucia acababa de cumplir 14 años y no sabía que estaba por experimentar sucesos fuera del mundo de los vivos.
Era un típico martes, para Lucia, el día más aburrido de la semana, ya que recibía materias que le provocaban hastío. Las mejores amigas de Lucia; Isabel y Nancy, habían coordinado con anticipación faltar a clases y aventurarse al convento del colegio, en donde se rumoraba que hace mucho tiempo atrás, donde ahora es un espacio abandonado, se encontraba un cementerio donde las religiosas enterraban a sus hermanas en Dios, pero además de eso enterraban muchos secretos, los mismos que Lucia estaba a punto de descubrir.
Sonó el timbre del recreo y Lucia junto con sus dos amigas Isabel y Nancy, se escabulleron entre una abertura a un lado de la cancha de fútbol, esta era una de las entradas hacia el convento que quedaba en la parte posterior del colegio.
—¡Lucia! —exclamó Isabel―, apresúrate que el inspector se va a percatar que estamos fugándonos del colegio, o ¿tienes miedo? —Sí —mencionó Nancy entre risitas burlonas—, al parecer Lucia se arrepintió ¡Vamos! no seas cobarde…no va a pasar nada. —Nó —titubeó Lucía—, no es eso, simplemente tengo una corazonada… —Son tonterías —insistió Isabel—, vamos que tenemos una hora para llegar al reloj de la catedral, me han dicho que en el interior del reloj hay una escalera larga que baja directamente a las catacumbas. —¡Sí! —agregó Nancy— yo escuché lo mismo, pero tenemos que ir con mucho cuidado porque si nos atrapan corremos el riesgo de que nos expulsen del colegio, y ya estamos a punto de terminar el año escolar…así que ¡apresúrense!
Las tres curiosas amigas, caminaron por un largo pasillo, en el cual sobre sus paredes había numerosas y escalofriantes pinturas de santos mártires de la iglesia católica asesinados, pero hubo una pintura, que a Lucia le perturbo demasiado. —Chicas miren esa pintura —señaló Lucía—, esa mujer se llama como yo…según dice la descripción. —Es verdad —pronunció Nancy con asombro—, pero ¿qué significara la pintura?, y ¿por qué tiene un plato con dos ojos sobre él? —Rápido Lucia —pidió Isabel un tanto emocionada—, tómale una fotografía para subir a Instagram y que sepan que estamos aquí.
Posteriormente se dirigieron hacia el reloj de la catedral, pero tenían que atravesar un patio, en donde se encontraban algunas religiosas, las cuales estaban disfrutando del soleado día, justo en ese momento sonó nuevamente el timbre de cambio de hora, el cual advertía a las monjas que ya era momento de regresar y ayudar en la cocina. —¡Que suerte! —exclamó Isabel—, ya se están retirando… esperemos a que se vayan para poder cruzar el patio. —Pensé que nos iban a descubrir… ¡corran! —apresuró Nancy—. Ya se fueron…vamos Lucia no te quedes atrás. —Si —asintió Lucia—, apresurémonos ya quiero llegar a las catacumbas. Finalmente pudieron atravesar el patio y subieron una larga y estrecha escalera para llegar al reloj. —Finalmente hemos llegado —jadeó Lucía recuperando el aliento—, rápido tomemos fotos y vayamos a las catacumbas. —No veo ninguna escalera que nos lleve hacia allá —pronunció Nancy mientras buscaba con su mirada alrededor—, al parecer nos han mentido. —No, ¡miren! —señaló Isabel—. Me dijeron que estaba detrás del estante, si ven… es aquí ¡vamos!
Isabel encontró la escalera, estaba muy deteriorada, pero aun así siguieron con su plan, mientras seguían bajando, el lugar se volvía más oscuro y húmedo, olores fétidos desprendían del lugar, dando a notar que habían llegado a aquel lugar en donde descansaban los restos de sacerdotes y religiosas. —¡Hemos llegado al fin! —dijo Nancy—, pero no me parece nada extraordinario… solo veo un montón de cosas viejas y basura. —Si es verdad —admitió Lucía decepcionada—. Mejor vámonos de aquí, acabo de ver una rata y odio a esos animales. —Vámonos chicas —sugirió Isabel—, este lugar apesta y no es lo que esperaba, además ya es hora de salida de clases… y mi hermano debe estar esperándome para ir a casa.
De regreso Lucia notó algo brillante que destellaba bajo el polvo del suelo, eran monedas muy antiguas que jamás había visto, Lucia no les dijo nada a sus amigas, porque talvez ellas querrían arrebatárselas o simplemente jugar con ellas. Así que prefirió guardárselas, pensó algo tan hermoso debe tener algún significado o algún tipo de valor. De regreso a casa Lucia no podía quitarse de la mente aquella pintura que le sorprendió, he inmediatamente se puso a investigar. Se dirigió hacia la computadora y busco información acerca de la inscripción en el óleo, esta decía; “Lucia de Siracusa” —¿Por qué esa pintura me sorprendió tanto? —divagó en sus pensamientos mientras leía la información—. Había otras obras más escalofriantes que esta, ¡oh! aquí está… esta es la pintura… Dios, es muy rara, que dice…
“Lucia de Siracusa, fue prometida en matrimonio con un joven pagano, compromiso que rechazo por su intención de consagrar su vida a la Iglesia. El joven despechado la acuso de cristiandad, que en aquella época era delito. Fue ajusticiada en diciembre del año 304, intentaron llevársela a un prostíbulo para realizarle violaciones y no pudieron moverla del lugar, intentaron quemarla, pero según cuenta la leyenda el fuego no le hizo ningún daño, y se le realizó la extracción de sus ojos, pese a lo cual ella seguía viendo. Finalmente fue decapitada. Es representada con sus ojos en una bandeja”.
Ya había escuchado sobre ella, mi tía antes de fallecer me solía contar que ella le devolvió la vista, pero nunca le creí, talvez sea solo una coincidencia… —bostezó— mejor me voy a recostar. Lucia cayó en un sueño profundo, en el; ella se encontraba nuevamente en el convento, pero esta vez sola, ella caminaba por pasillos interminables y percibió que todos los cuadros e imágenes de los santos, la seguían con la mirada. Lucia entró en pánico y empezó a correr, mientras lo hacía escuchaba voces que la llamaban por su nombre, y risas que hacían erizar su piel. —Por fin has llegado —se escuchó una voz—. Te hemos estado esperando. Lucia no quería abrir los ojos, porque temía que, si lo hacía, lo que vería la traumaría de por vida. —¿Quién eres? —cuestionó Lucia titubeante. —Soy el encargado de guiar a las almas errantes de los difuntos recientes al cielo o al infierno, mi nombre es Caronte, y llevaré tu alma a su destino final, si a cambio tienes como pagar el viaje. —¡¿Qué pasó?! —exclamó ella con temor—. ¿Acaso estoy muerta?, señor no tengo como pagarle. —Abre los ojos y mira, si no tienes como pagar deberás vagar por un siglo a orillas de estas aguas, junto con los demás. Lucia abrió los ojos y vio a miles y miles de personas unas sobre otras tratando de subir a la barca, estas personas han esperado por siglos y siglos a que Caronte les tenga piedad y suba a uno de ellos y lo lleve a su destino final.
En ese momento Lucia recordó las monedas que había recogido en aquellas catacumbas, asustada y con lágrimas en los ojos le dijo a Caronte: —Señor, solo tengo estas viejas monedas, no sé si sirvan de algo… pero es todo lo que tengo. —Hacía mucho tiempo que no veía una moneda marcada —Caronte tomó una moneda admirado—. Sube te llevaré a tu destino. —¿Marcada? —cuestionó Lucia—. ¿A qué se refiere? —Estas son las monedas con las cuales traicionaron al hijo de Dios —explicó él—, para quienes las conservan, su destino final es el infierno. Lucia entró en pánico e imploró a Caronte que no la llevara a ese lugar, pero era demasiado tarde. Caronte la dejó en la entrada del purgatorio. —¿El purgatorio? —cuestionó ella aterrada— ¿Qué es? —El Purgatorio, es aquí mi querida niña, en donde se da a lugar la expiación, reflexión y arrepentimiento, y es solo, a través del camino, es decir de la peregrinación hacia Dios, que el alma puede aspirar a la redención.
Entonces Caronte se esfumó entre la neblina que desprendían las aguas, mientras Lucia, aterrada y sollozante caminó entre las almas perdidas, aún confundida por el desasosiego y la incertidumbre del que vendrá ahora. A lo lejos, Lucia alcanzó a ver una cara conocida, era su tía Norma, quien había muerto hace un tiempo atrás por un cáncer que carcomió sus pulmones. Lucia al verla corrió hacia ella y la abrazó, pero no la reconoció al instante ya que como castigo había perdido sus ojos. Lucia puso sus manos sobre el rostro de Norma y le dijo: —Tía soy yo, Lucia… ayúdeme no sé qué hago aquí.
Norma al percatarse que era su amada sobrina la abrazó y le preguntó qué había pasado, Lucia no sabía porque estaba en ese lugar, ya que aún no había muerto, pero al mencionar las monedas Norma dio un salto hacia atrás y dijo: —Lucia las monedas que encontraste son hechas en el mismo averno, con estas monedas puedes entrar y salir del infierno… ¡Rápido lanza las monedas a las aguas y llama a Caronte! Lucia echó algunas monedas al enorme río y le dijo a Norma. —Vamos tía, tengo aun muchas monedas, podemos salir de aquí. —No mi querida sobrina —respondió Norma con gran tristeza—, yo estoy condenada… mi castigo es vagar por la eternidad por haber dudado de mi fe, aun a sabiendas que en mi hubo un milagro. Norma abrazó fuertemente a Lucia y se alejó del lugar. —Me has llamado nuevamente —afirmó Caronte—, te llevaré al mundo de los vivos. —Si señor, por favor sáqueme de este lugar. Mientras Lucia abordaba, Adirael uno de los ángeles caídos, siempre al servicio del mismísimo Belcebú, se dio cuenta de lo sucedido, y se apresuró a evitar que Lucia escapara, ella corrió e intentó huir del demonio, pero este la alcanzó y sujetándola fuertemente le dijo: —De este lugar nadie escapa, tu vendrás conmigo.
Entonces cayeron las monedas del bolsillo de Lucia, y Adirael, al verlas, saltó dando un paso atrás. Adirael exclamó: —Veo que has conseguido las monedas marcadas que han sido esparcidas por todo el basto mundo, puedes irte, pero entrégame el resto de las monedas. Lucia temerosa se levantó y las entregó. Adirael sonrió y dijo: —Podrás marcharte de aquí, pero lo que viste será lo último que verán tus ojos, nunca podrás olvidar este lugar y esta marca que dejaré plasmada es garantía de que volverás, ten por seguro que te estaré esperando. Y entonces, de un soplido la cegó completamente y con su espada dibujo una cruz en su antebrazo, Adirael dio la orden a Caronte que la dejara en donde todo había comenzado. Lucia despertó en su cama y empezó a llorar por lo que había pasado, carente de vista, intento ponerse de pie y caminar, pero tropezaba con todo lo que había en su habitación.
Llorando y aun aturdida llamó a su madre y le contó lo sucedido, a lo que ella le respondió con angustia: —Parece que todo fue planeado desde un principio, los demonios querían que encuentres esas monedas y las lleves hacia ellos, fuiste como un peón en su juego, tu tía Norma era muy devota de aquella santa mártir, ya que juraba que le devolvió la vista, ella nos convenció que tu llevaras su nombre “Lucia”, pero a raíz de su enfermedad perdió la fe en Dios y se apartó del camino, aun así mi pobre hermana te ayudó y pudo de cierta manera regresarte al mundo terrenal. Lucia nunca volvió a ser la misma muchacha de antes, pesadillas constantes la invadían por las noches, y el temor de regresar a ese tétrico lugar no la dejaban descansar, ella sabía que tarde o temprano la amenaza de Adirael se haría realidad, el mismo que la esperaba con sus ojos sobre una bandeja, tal y como la pintura…
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